El objetivo de Ancelotti y su tropa, la Final en París frente al Liverpool de Klopp.
La física es la ciencia en sí e indica que la lógica reina en todo. Sin embargo, hay cosas inimaginables e intangibles que solo pueden ser explicadas por los mal llamados herejes: la magia.
En ella está la mística, esa que pesa y se sale del guión del mejor escritor, porque no tiene los detalles que ésta misma puede ofrecer, eso es el Real Madrid y la Champions.
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Cuando las sombras, característica de un día inglés, ensombrecían las torres y el campo del Bernabéu apareció la historia merengue, esa que remontó un gol en contra y lo puso 3-1 (6-5 global) con tantos de los niños que cobijaron lo único que no tiene la vieja guardia tricampeona, velocidad, chispa.
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Un doblete de Rodrygo Goes (90’ y 90+1’), aunado a un penal de Karim Benzema en tiempo extra (95’), aniquiló el golazo de Riyad Mahrez (73’).
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Antes de eso, una luz de origen belga mantuvo la llama viva y fue Thibaut Courtois, quien junto a Ferland Mendy, paró disparos con la mano y el pie, esa suerte que solo tienen los ‘Blancos’ en esta competición.
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Con los mazazos, uno tras otro, el City se cayó, se aplanó y se nubló. Como la vestimenta de Guardiola, la negra noche de Madrid cayó sobre sus hombros y el peso de 13 Champions los consumió, al grado que Fernandinho falló una clarísima.
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Entonces, el árbitro pitó el final en la caldera de Concha Espina, el Madrid volvió a ofrecer una lección al mundo entero, nunca dejen de creer.